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ENCUENTRO INTERDISCIPLINARIO SOBRE LA MUERTE

La dimensión simbólica y ritual de los espacios y objetos en la evocación de los niños difuntos en el Cementerio General de Santiago - Un Estudio Etnográfico

Updated: Jun 4

Por Alejandra Vallejos y Paulo Cuadra


Cuando los olvido, los privo de la poca realidad que estaría en mi poder conservarles, y me parece que escucho el murmullo tímido de sus llamadas de sus reproches.


Emmanuel Berl.



Las conmemoraciones relacionadas con la muerte y la existencia de cementerios como lugares de reposo para los fallecidos son fenómenos que han marcado profundamente a la humanidad a lo largo de su historia. Estas prácticas no solo reflejan la memoria hacia aquellos que han partido, sino que también revelan aspectos fundamentales de la sociedad en la que se llevan a cabo.


La elaboración de las pérdidas es, probablemente, uno de los temas centrales de la existencia humana. Desde siempre, la muerte ha sido un elemento fundamental en la configuración identitaria de las sociedades, dando lugar a rituales y prácticas funerarias que buscan dar sentido al tránsito de los que han partido hacia lo desconocido. Estas prácticas no solo reflejan nuestra comprensión de la mortalidad, sino que también revelan nuestras concepciones sobre la vida, el más allá y el significado de la misma existencia. El ser humano es consciente de su muerte a través de la muerte de otros. Nadie experimenta su propia muerte, es la pérdida de algún ser querido o cercano lo que hace que el humano perciba la muerte como fenómeno sociocultural, además de biológico. 


Los cementerios adquieren un papel fundamental como espacios físicos destinados a albergar los restos mortales y perpetuar la memoria de los fallecidos. Sin embargo, estos sitios van más allá de ser simples lugares de entierro; son verdaderos escenarios performáticos donde se entrelazan la historia, la cultura, la religión y las tradiciones de una sociedad. En este contexto, los cementerios se convierten en espacios cargados de significado, dando forma a un paisaje simbólico que refleja la identidad y las creencias de una comunidad. Cada lápida, cada mausoleo, cada animita, cuenta una historia única y contribuye a una narrativa personal y colectiva. Los cementerios y las conmemoraciones relacionadas con la muerte son una manifestación tangible de nuestra relación con lo trascendente.





El cuidado de las relaciones con nuestros difuntos suele realizarse en un ámbito privado, pero, indudablemente, el cementerio con sus galerías, pabellones y patios,  representa la colectivización de la muerte de una manera convencional. Es allí donde los muertos encuentran un espacio propicio para el diálogo, para las peticiones o mandas, para el llanto y la rememoración. Decorar sus tumbas como forma de otorgarles una nueva existencia o identidad es parte de este cuidado. Mantener una conexión con nuestros fallecidos implica acciones concretas.


La comunicación y la interacción no es necesariamente verbal. Los objetos, cargados de simbolismo, desempeñan un papel fundamental en este contexto. Sostener la memoria del fallecido a través de fotografías, canciones, colores y otros elementos se vuelve parte de una tradición. Pensar en qué objetos pueden representar al difunto o cómo se quiere que sea recordado son aspectos importantes a considerar por parte de los vivos. 


En el caso de niños e infantes, la muerte se presenta como un fenómeno que atraviesa otro tipo de emociones y entendimientos sobre la pérdida. Desde una perspectiva biológica, la muerte de un niño se ve como una interrupción anticipada de la vida, puesto que va en contra del ciclo natural. Esto genera en los deudos una sensación de pérdida temprana. Esta perspectiva biológica dialoga directamente con los elementos socioculturales de cada sociedad. Los simbolismos y las expresiones gráficas que rondan en la pérdida de un niño se ven reflejados en los pabellones infantiles del Cementerio General de Santiago.


Globos, serpentinas, peluches, juguetes y adornos parecen recrear pequeñas habitaciones infantiles, saturadas de objetos que preservan el recuerdo y fijan la infancia e inocencia de los pequeños fallecidos. En estos pabellones, estos elementos no solo cumplen una función estética, sino que adquieren una dimensión simbólica y ritual más profunda. Estos lugares no solo sirven como espacios físicos para albergar los cuerpos de las niñas y niños fallecidos, sino que se transforman en lugares de evocación, donde la presencia de estos objetos facilita el diálogo y la interacción con los difuntos. Esta interacción los evoca constantemente y preserva su condición de infantes mediante los objetos antes mencionados. Son los colores y los mensajes dedicados los que forman parte de su nueva realidad. La práctica de evocación implica el acto de traer a la memoria, pero lo que presenciamos en estos espacios va más allá de simplemente recordar. Más bien, nos encontramos frente a una prolongación de la presencia de los pequeños difuntos en el mundo de los vivos.



Estos espacios no se limitan a ser lugares de culto al recuerdo, son sitios donde los niños fallecidos mantienen una relación activa con los vivos. A través de mensajes de agradecimiento y peticiones, se establece un diálogo que va más allá del ámbito de la memoria, trascendiendo hacia una interacción que se percibe como presente y dinámica. En este sentido, la práctica de evocación en estos espacios se convierte en un acto de continuidad de la relación entre los niños y la comunidad de vivos,los que a su vez, asumen un papel activo en el proceso de preservación de la infancia y pureza de los infantes mediante la activación de objetos y rituales propios de la niñez. Aquí, se celebran tanto las festividades tradicionales como Pascuas y Navidades, como también los cumpleaños de los niños fallecidos. Esta práctica, en línea con los planteamientos de la filósofa belga Vinciane Despret, sugiere una multiplicidad temporal compleja: mientras se conmemora el transcurso del tiempo con los cumpleaños, se mantiene la condición eterna de niños para aquellos que ya no están físicamente presentes.


Son los vivos quienes asumen la tarea de establecer una nueva forma de existencia para los pequeños difuntos, reservando un lugar para su presencia y construyendo con objetos parte de su identidad imaginada.


Los cementerios y las prácticas funerarias relacionadas con la muerte no solo reflejan nuestra comprensión de la mortalidad como un fenómeno social, sino también nuestras creencias, tradiciones y el vínculo continuo con aquellos que han partido. Los objetos simbólicos y rituales presentes en los espacios funerarios, especialmente en los dedicados a los niños, nos muestran cómo las comunidades mantienen viva la memoria de sus difuntos. Así, la interacción con los fallecidos se convierte en un acto de continuidad y preservación de su identidad, mostrando que nuestra relación con la muerte es tanto una experiencia individual como un fenómeno profundamente social y cultural. 


 

Alejandra Vallejos Carrasco es antropóloga social, integrante del proyecto de investigación Fondecyt: ''Relatos de mujeres ante la escasez hídrica en Chile. Percepción emocional y temporalidades'', ayudante de la cátedra de Antropología Simbólica en la Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Sus líneas de investigación incluyen las relaciones interespecie, la antropología simbólica, la antropología de las emociones y la antropología de la muerte.


Paulo Cuadra Bravo, antropólogo social, miembro del equipo de investigación Fondecyt "Cuerpos ausentes/cuerpos presentes: Experiencias de familiares de detenidos desaparecidos en Chile". Entre sus líneas de investigación están la antropología de la muerte, la antropología de las emociones y los estudios de memoria.




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