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ENCUENTRO INTERDISCIPLINARIO SOBRE LA MUERTE

Writer's pictureIgnacio Gutiérrez

"Caminamos sobre tumbas anónimas" - Un recorrido por los cementerios olvidados

COLUMNA "CULTURA&MUERTE" | Escrita por Vieja Acherontia


Santiago es una ciudad joven. Mientras poblados como Roma tienen más de 2.200 años, la capital de Chile no pasa los quinientos desde su fundación. Pero aún así, en estos cinco siglos y desde antes, su suelo ha acunado las muertes de millones de sus habitantes. A veces paulatinamente, otras en masa, los cadáveres han ido llenando los espacios urbanos, muchas veces invisibilizados bajo el agua, la tierra y el hormigón que van cubriendo sus restos y todo vestigio de lo que alguna vez fue su existencia. Y así caminamos en nuestro diario transitar, sin darnos cuenta, sobre tumbas. Siendo una de las condiciones propias de toda urbe, donde los delimitados espacios de entierro no son siempre los mismos.

Los cementerios fuera del centro cívico, por ejemplo, son un invento del siglo XIX a pesar que quienes vinimos a habitar esta tierra desde entonces pareciéramos concebirlos como naturales a la ciudad. En su libro “Sepultura sagrada, tumba Profana”, el historiador Marco Antonio León revisa la evolución de los espacios de muerte en Santiago entre el 1883 – 1932. Como indica, antes de 1800 las tradiciones cristianas de la colonia española seguían priorizando el entierro en las iglesias dentro de la ciudad. Un acto que estaba limitado a unos pocos, provenientes de los poderes económicos y políticos de su época, mientras el resto era enterrado en diversos lugares, generalmente sin lapida ni seña.


En Santiago abundan estos espacios de entierros anónimos. La actual calle Santa Rosa, antiguamente calle Las Matadas, dice León, era el camposanto de los más desposeídos, así como lo fueron los terrenos de la Capilla de la Caridad, hoy calle 21 de Mayo, las cercanías de la Iglesia del Hospital San Juan de Dios, y el Cerro Santa Lucía, en cuyas rocas del costado oriente eran enterrados los ejecutados. Incluso después de la fundación del cementerio General en 1821, se produjeron entierros en sitio urbanos. Cuando se construía en 2003 la actual Costanera Norte en Renca, se encontraron decenas de esqueletos en lo que habría sido un cementerio para fallecidos en la pandemia del cólera de 1887, aislados y olvidados, como reconoce el arqueólogo Iván Cáceres y sus colegas a cargo del estudio de sitio.


No obstante, previo a la fundación de la ciudad los esqueletos ya saturaban el valle del Mapocho, habitado mucho antes de la ocupación Española. No basta sólo con nombrar las momias rituales en los cerros, sino que son muchos los hallazgos de tumbas indígenas a lo largo de todo este territorio. Cabe recordar las más de 60 tumbas de la cultura Llolleo (200-1200 dc) halladas en plena comuna de Providencia cuando se realizaban las excavaciones para la línea 6 del metro en Pedro de Valdivia con Europa. O los múltiples entierros Incaicos: bajo la actual Clínica de la Universidad Católica (Marcoleta), en la Estación Quinta Normal del Metro, en la calle Walker Martínez (Puente Carrascal), en Javiera Carrera 346, en Apoquindo 6736 y 6737, en el llamado Jardín del Este en Vitacura, o bajo las poblaciones El Barrero y Arquitecto O´Herens de Conchalí, tal como en la Calle Guardiamarina Riquelme y la Villa Las Tinajas en Quilicura, solo por nombrar algunos. En la calle Pérez Rosales llegando a Larrain en La Reina, en los 70’ se hallaron incluso entierros de la cultura Aconcagua. Como estos son cientos las calles y edificios donde se han descubierto sitios de entierros prehispánicos. Aún más interesante es el caso de Banderas 237, donde durante trabajos de refacción del First National City Bank en los 60’ encontraron tumbas de distintas culturas sobrepuestas. Tumbas incaicas sobre restos asociados a la cultura El Molle. Esqueletos sobre esqueletos, acumulándose en el subsuelo.


Aún más allá, los enterrados no son los únicos muertos con los que convivimos a diario. Las animitas en la superficie son otro vestigio de la muerte en nuestro paso. Estas obras de culto y arte popular, como define la esteta Claudia Lira, mantienen el rumor de los muertos en cada sector de Santiago, así como a lo largo de todo Chile. Esta práctica de construir una última morada in situ a aquellos fallecidos en accidentes o que sufren muertes “anormales”, constituyen otra dimensión en la que nos encontramos con los muertos en la ciudad.


Entonces, mientras escribo desde Santiago centro, imagino cuántas capas de polvo de hueso sostienen la casa de 1930 en que me encuentro. Cuántos cuerpos han llenado lentamente la base de sus cimientos. Y no puedo dejar de pensar que más pronto que tarde mi cuerpo será uno más de aquellos, que nutrirán el suelo que pisarán otros. Olvidado bajo la tierra y el hormigón que lo cubre todo y no deja rastros. Caminamos sobre muertos y seremos como ellos.


Imágenes: Cementerio de los coléricos en Renca




Referencias


Cáceres R., Iván, González, Reyes & Trejo (2004). Muerte y Salud Pública en Chile Republicano: El Cementerio de Coléricos de Renca. V Congreso Chileno de Antropología. Colegio de Antropólogos de Chile A. G, San Felipe


CAARCH (2017). Uno de los cementerios indígenas de la Cultura Llolleo más grande de Chile Central fue encontrado en excavación del Metro. Recuperado el 16 de marzo 2022 de https://colegiodearqueologos.cl/

León L., Marco A. (1997). Sepultura sagrada, tumba profana. Los espacios de la muerte en Santiago de Chile, 1883-1932. Santiago, Chile: Editorial Historia Chilena


Lira, Claudia (2002). El Rumor de las casas vacías. Santiago, Chile: Instituto de Estética PUC


Stehberg, Rubén & Sotomayor (2012). Mapocho incaico. Boletín del Museo Nacional de Historia Natural, Chile 61: 85-149

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